Clase 9/09

La “inflación” de declaraciones de derechos de hace algunos tiempos parece haberse visto acompañada más por su violación que por su cumplimiento.
En este nuevo contexto, los individuos que antes actuaban, pensaban y sentían en el marco de estructuras sociales y normas -como las familias, los sindicatos, los partidos políticos, etc- que les otorgaban identidades, seguridades y obligaciones, y sobre todo le garantizaban sus derechos, ahora tienen que hacerlo en la incertidumbre del capitalismo flexible, caracterizado por la pérdida de las certezas tradicionales y de las viejas redes de contención.

La escuela fue históricamente una maquinaria que combinó prácticas autoritarias –la imposición- con democráticas –los derechos-, en un equilibro muy inestable que imponía derechos aún sin el acuerdo de los sujetos involucrados. 
por ejemplo, cuando un docente dice frases como: “Yo tengo una muy buena propuesta pedagógica, pero con estos chicos no se puede”, está retomando la matriz fundacional, porque le está ofreciendo a sus alumnos lo mejor que puede –los derechos-, pero si sólo podrá hacerlo si ellos cambian –la imposición. 
Esta situación de “imposición de derechos”, -por la que niños y adolescentes son convertidos en alumnos-, convive con la “sustracción de derechos” que los convierte en menores judicializados o en adultos tempranos. Esto los quita del lugar de alumno, supuestamente asociado a la infancia y la adolescencia “normal”, y les priva de los derechos que dicha situación debería garantizarles.
Por esto, uno de los principales desafíos que actualmente enfrentan los educadores es aportar a la restitución de los derechos que han sido sustraídos a varios sectores de la sociedad, en especial niños y jóvenes.
Para eso se debe ser capaz de generar propuestas educativas que les permitan construir nuevos soportes y anclajes, se debe también poder lograr habilitarles la posibilidad de acceso a nuevos lugares en lo social, lo cultural y lo político, propiciando la conexión (y muchas veces, la reconexión) con los entramados sociales que les garantice el ejercicio pleno de sus derechos. 

Comprender a la educación como derecho implica tener como punto de partida la comprensión del otro como “sujeto de derechos” ese otro, como alguien que posee ciertos derechos, con “derecho” a ejercerlos, ampliarlos, y sumar nuevos. Por ende, la función de la educación, de sus agentes y de la escuela es la de promoción y protección, la de brindar herramientas, experiencias, saberes, estrategias, etc. para llevarlo a cabo.
La educación debe ser entendida como “un derecho que da derechos” y como una forma de construir futuros mas justos. 
Educar debe ser, ante todo, un acto de dar, y dar como un acto de confianza hacia los otros.

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